Hay una historia más antigua que el propio universo, un rumor extendido por el vacío del espacio cuyo susurro ha perturbado a innumerables especies que existieron, existen y aún quedan por nacer. Las canciones primordiales nos hablan de una conciencia cósmica que observa y transcribe todos y cada uno de los acontecimientos del universo. Un lúcido ser, con voluntad propia, pero incompresible para las mentes mortales; a cómo nosotros acostumbramos a experimentar nuestras vidas.
El Dominio es la personificación de esta entidad; mas su origen, si en realidad tiene alguno, se antoja aún un misterio, y quizá nunca lleguemos a saber la verdad. Antes se creía que una especie conocida como los Precursores habían sido sus creadores, sin embargo, algunos eruditos teorizan que el Domino fue descubierto por ellos hace quinientos millones de años. Hasta la fecha, estos precursores son la civilización conocida más antigua, y como ocurre con el Dominio nos resultan un misterio más de este vasto universo. Desconocemos su planeta de origen, cuánto tiempo han existido e incluso su verdadera forma, pues los Precursores tendían a cambiar su apariencia en tiempos de necesidad. Lo más apropiado sería decir que evolucionaban y se adaptaban acorde a las circunstancias vividas, sometiéndose a la muerte para renacer en un nuevo recipiente. No obstante, su mente se mantenía siempre intacta, ya que estaba por encima de cualquier cuerpo físico.
Hay quienes se aventuran a afirmar que esta capacidad casi divina era gracias al uso del Dominio, el cual les permitía almacenar su valiosa conciencia, sus memorias y experiencias, y así, en cierta medida, alcanzar la inmortalidad. Pero también existen historias de que los precursores podrían haber sido un conjunto de diferentes razas, trabajando como una sola, pues se regían bajo la filosofía del manto: la especie más avanzada tenía la responsabilidad de proteger y seguir cultivando la vida. Los Precursores ejercían esta filosofía en todos los aspectos de su vida, hasta para desarrollar su propia tecnología con el concepto de tiempo viviente y la neurofísica. Es decir, observaban y estudiaban a la propia creación, argumentando que absolutamente todo tenía vida. De este modo, borraban la línea entre filosofía y misticismo con la ciencia, formándolos para crear infinidad de artefactos y estructuras completamente sólidas que, al igual que ellos, podían cambiar de forma. Si de verdad su tecnología estaba viva, eran capaces de moldearla como quisieran. Esta maestría, unida a la neurofísica, les otorgaba el honor de ser la civilización más avanzada y, por mucho, inalcanzable para el resto.
La ancestral especie continuó expandiéndose con el pasar de los milenios. Construyeron maravillas y moldearon la galaxia a su antojo, pero les era insuficiente. En el fondo, se sentían insatisfechos ante todos estos logros y, siguiendo aquella desmedida ambición que tan lejos les había llevado, abandonaron su galaxia de origen. El espacio oscuro era la siguiente frontera a explorar. Querían poblar otras regiones del universo, desentrañar los misterios del cosmos y sembrar nuevas formas de vida.
En alguna fecha desconocida, los Precursores hallaron nuestra galaxia, donde continuaron su eterna misión de seguir creando vida. Erigieron sistemas solares, planetas y especies que jamás habrían existido si no hubieran intervenido como encarnaciones de la mismísima mano de Dios. Tenían la capacidad de experimentar con todos los seres vivos, en ocasiones acelerando artificialmente la evolución de algunos sujetos de prueba para medir el alcance que podrían tener como especie. Se cree que modificaban genéticamente a sus creaciones para ayudarles a mejorar su desarrollo.
A quince millones de años de las guerras del Pacto y la imperecedera leyenda del Jefe Maestro, nació bajo su tutela una especie que marcaría un antes y un después en la historia de la galaxia: Los Forerunner.
Los Forerunner, originarios del planeta Ghibalp, empezaron a habitar el Sistema Orión, creciendo en número y expandiéndose rápidamente. En aquellos tiempos antiguos, fueron la especie mortal más poderosa e importante de la Vía Láctea. Ansiaban demostrar a sus maestros que eran superiores, en un desesperado intento por igualarlos y seguir su ejemplo para ser dignos sucesores.
En el mismo periodo de tiempos, los humanos también fueron creados por los Precursores. Pero no la humanidad tal y como la conocemos, sino unos ancestros primordiales, los que vinieron antes. Eran conscientes de su condición como hijos de los Precursores, y también nacieron conociendo el viaje espacial entre las remotas estrellas del firmamento. De alguna manera, su desarrollo y cultura estaban a años luz de nuestra actualidad. Ambas razas compartían algunas características físicas en cuanto a extremidades, necesidades e incluso capacidades. En esencia, eran hermanos; no obstante, ninguna supo ver o admitir esta innegable realidad. Si tan solo hubieran sido menos tercos, quizá el futuro no habría sido tan oscuro y desesperanzador. Tales similitudes, por desgracia, convirtió a dichas especies en rivales, especialmente por parte de los orgullosos Forerunner. Aunque la humanidad avanzó con mayor lentitud, los Precursores fijaron más su atención sobre ellos. Veían en esa falta de maliciosa codicia una cualidad admirable.
Después de innumerables intentos, los Precursores llegaron a una decisión: ahora que habían sembrado tantas formas de vida en esta galaxia, creyeron finalizado su trabajo. Suponemos que, en algún momento, planeaban partir de la Vía Láctea para seguir buscando nuevas galaxias habitables; espacios vírgenes donde podrían seguir creando vida. Para asegurarse de que la paz se mantendría y la galaxia seguiría en buenas manos, buscaron un sucesor. Era por ello que habían mostrado tanto interés en sus especies, observándolas por milenios hasta saber quien sería el elegido que reclamaría el manto de responsabilidad. El veredicto fue rápido, un resultado que a nadie debió sorprender. Al final, la humanidad acabó siendo escogida para esta tarea.
Los Forerunner no tardaron en enterarse de la decisión que habían tomado sus maestros. A pesar de su esfuerzo, de haber alcanzado las estrellas y superado todas las expectativas imaginables, habían sido rechazados. Se sintieron devastados, inútiles y, sobre todo, engañados. Vivían tan cegados por su egocentrismo y deseo de poder que no se dieron cuenta de su fracaso hasta que fue demasiado tarde. No podían aceptar esta derrota, y semejante humillación sirvió como detonante para que tomaran una decisión radical: la rebelión. Estaban dispuestos a reclamar aquello que consideraban como suyo, incitando al conflicto y al exterminio de los Precursores.
La guerra ya estaba en marcha, y las batallas que se daría a lo largo y ancho de la galaxia secundarían los vestigios mismo de la creación. Pero esto es otra historia, y debe ser contada en otro momento.
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